París II: La Cité
Arrancando de la Tour de Saint
Jacques, el peregrino debe buscar un paso sobre el Sena que le lleve a la Isla
de la Cité, el lugar que tradicionalmente se ha venido considerando como el
origen de París. El peregrino puede tomar la calle de Saint-Martin y cruzar
después el puente de Notre Dame, o dirigirse hacia el Hôtel de Ville y cruzar
el puente de Arcole. Si toma este último camino, pasará ante el Hôtel de Ville, o Ayuntamiento
de París, que pasa por ser la sede municipal más grande de Europa y ha estado
situado en este lugar desde el siglo XIV, aunque el edificio que vemos hoy es
del siglo XVI con reformas del XIX, cuando se colocaron todas las estatuas que
ornan su fachada y que representan a personajes relacionados con la ciudad.
En la orilla derecha del Sena se instala en los meses de verano la Plage de París, lugar donde el peregrino puede distraer su mirada y cargar de pecados su esportilla, seguro de que le habrán de ser perdonados al llegar a Santiago.
Durante la Edad Media, muchos
peregrinos cruzarían las aguas del Sena en hábito de romero, sin que ello
llamase la atención de nadie. Sin embargo, convertida en la actualidad en
capital de la moda, no faltan los curiosos que fotografían el elegante modelo
que luce el peregrino.
Si el peregrino cruza el puente
de Notre Dame, se encontrará en la rue de la Cité y si siguiese todo recto
siguiendo las flechas amarillas, en algún momento llegaría a Santiago. Pero antes tendrá que hacer un par de paraditas en la isla.
La calle de la Cité esta calle
está flanqueada a la izquierda por el Hôtel de Dieu (el hospital más antiguo de
la ciudad, fundado en el siglo VII) y la Plaza Louis Lepine y la Prefectura de
Policía a la derecha. Si toma la calle que parte de allí, la Rue de Lutèce,
llegará al Palacio de Justicia, parada obligada para el peregrino desde el
siglo XIII: la Sainte-Chapelle.
La Santa Capilla es una joya del
gótico, aunque su intención fue la de ser un joyero, un inmenso relicario para
custodiar y venerar las reliquias adquiridas por San Luis y que, además del
consabido trozo de la Vera Cruz, incluían la corona de espinas y parte de la
lanza con que se dio tormento a Jesucristo.
Como obra real, la capilla está decorada con las flores de lis de los monarcas franceses, pero también con el escudo de Castilla, porque no hay que olvidar que Luis IX, más tarde conocido como San Luis, era un buen hijo y su madre, la reina, era Blanca de Castilla.
Los peregrinos lógicamente se cargaban las pilas venerando las reliquias de la Santa Capilla y luego se dirigían a la que probablemente sea la catedral gótica más famosa del mundo: Notre-Dame.
La catedral de Nuestra Señora de París es una de las obras góticas más arcaicas, iniciada en el siglo XII. A pesar de su aparente uniformidad, las obras se continuaron hasta el siglo XIV.
La catedral sufrió lo suyo durante la Revolución, pero en 1804 ya estaba lista para convertirse en el escenario de la coronación imperial de Napoleón.
Al acceder al templo por la fachada occidental, el peregrino tendría ocasión de saludar entre el apostolado pétreo a Santiago, con su concha en la esportilla y una espada en la mano, que no lo identifica como matamoros - eso no se lleva al norte de los Pirineos -, sino que sirve para señalar el instrumento de su martirio.
Ya en el interior de la nave, el peregrino actual puede seguir el espectáculo a través de pantallas de televisión. En la Edad Media, en días de lleno, tendría que prescindir de las evoluciones del celebrante y conformarse con escuchar sus palabras, que probablemente no entendería, salvo que hubiese estudiado latín.
Ante la fachada occidental se erigió a fines del XIX un grupo escultórico que representa al emperador Carlomagno con dos de sus pares, lo que no deja de tener su importancia para el peregrino, sobre todo, si es franco.
Si el peregrino se encuentra cansado ya por tanta visita turística puede buscar albergue en la misma isla de la Cité, pero si no continurá el Camino de Santiago cruzando el Sena por el Puente Pequeño o Petit Pont, que es el que atraviesa nuestro amigo Santi Romero.
Pero el peregrino docto en la doctrina de la Iglesia sabe lo del libre albedrío y cruza por donde le viene en gana, por ejemplo por el Pont de l'Archevêché, o del Arzobispado, que es más pequeño que el Petit Pont
y que lucía así antes de la moda de colgar candados.
En la actualidad, sus barandillas han cogido sobrepeso gracias a esa costumbre y todo hace sospechar que ha sido el gremio de ferreteros el que ha mantenido a París a salvo de la crisis.
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