martes, 20 de agosto de 2013

Qué es el Camino de Santiago




Qué es el Camino de Santiago


Es la primera pregunta que debemos plantearnos si pretendemos seguir esta ruta medieval.
La respuesta es bastante simple. Se trata de una ruta de peregrinación que se dirige a Santiago de Compostela.
            Ahora que, para comprender bien la respuesta debemos tener bastante claro qué es una peregrinación, quién es Santiago y dónde está Compostela.

La peregrinación


La peregrinacion es un viaje que se hace, especialmente por devoción, a un santuario o lugar sagrado.

Parece que las peregrinaciones, como la religión, son algo consubstancial al ser humano. En todos los espacios y en todos los tiempos, las distintas culturas elaboradas por el hombre han sentido inquietudes metafísicas, que cada una ha respondido como mejor ha sabido o podido y según las creencias se iban volviendo más complejas, surgían nuevos ritos asociados a ellas. Puesto que los dioses o fuerzas superiores se fueron convirtiendo en seres intangibles y, en la mayor parte de los casos, incomprensibles, los seres humanos buscaron por todos los medios elementos físicos que les pusieran en contacto con ellos. Así surgieron los talismanes, las reliquias y los lugares de peregrinación, en los que se guardaban estos objetos o donde el dios se había manifestado de una forma más o menos concreta.



Stonehenge, construido en Inglaterra hacia el 1.800 a.C., fue seguramente un centro de culto solar, que recibiría a miles de peregrinos en torno al día más largo del año.



En la India, varios milenios antes de convertirse en la joya de la corona británica, surgieron civilizaciones mucho más avanzadas que las europeas y hoy en día, los hindúes siguen realizando peregrinaciones masivas al Ganges para purificarse en sus aguas.


 Los budistas, casi desaparecidos de la India, erigieron allí los stupas, túmulos semiesféricos que contenían reliquias del Buda o de alguno de sus seguidores más iluminados o que estaban en lugares relacionados con algún evento en la vida de Siddharta Gautama. Los peregrinos deben rodear el monumento en un sentido determinado, casi como se hace hoy en el sepulcro de Santiago en Compostela.




En Europa no íbamos a ser menos y a nuestra primera cultura histórica también le dio por construir santuarios, en los que se veneraban diversas manifestaciones de sus divertidos dioses ya los que los griegos asistían en ocasiones especiales, revestidos de mayor o menor devoción. Es el caso del santuario de Atenea en la acrópolis ateniense, donde se celebraban las fiestas de las panateneas. Otras, como las olimpiadas de Olimpia han llegado hasta nuestros días, convertidas en culto al cuerpo Danone.





El cristianismo adoptó el rito de la peregrinación desde sus inicios y muy pronto se organizaron viajes a los lugares que Cristo santificó con su presencia, como esta cueva de la Natividad, en Belén. Tampoco se olvidaron de los lugares en los que sufrieron el martirio los principales santos.





Vino luego el islam, que contempla la peregrinación como un acto obligatorio para el creyente. Así, millones de musulmanes de todo el mundo se dejan una pasta para viajar a La Meca, en Arabia Saudí y dar vueltas alrededor de un dificio preislámico y contemplar una piedra a la que Mahoma declaró exenta de divinidad alguna.



Las ansias de contactar con lo sagrado son tan fuertes que, incluso en el siglo XX, al que tantas veces se ha declarado materialista y ateo, parecen haber surgido falsos ídolos que arrastran a las supersticiosas muchedumbres paganas a postrarse en lugares que podrían distar mucho de estar santificados.

Las tumbas de Lenin o de Elvis, la entrada al túnel parisino en que se estrelló a Lady Di o el paso de cebra de Abbey Road han podido desbancar a santuarios de raigambre cristiana en Moscú, París, Londres o incluso en Memphis (Tennessee). Incluso el comercio de reliquias paganas ha superado con creces al de las religiosas y es sabido por todos que hoy en día se pagaría más por una liga de Marilyn Monroe que por el Santo Sudario.

Santiago



El nombre español Santiago proviene de Sant Yago, que a su vez deriva de Jacobo o Iacobo, del latín Iacobus y éste del hebreo. En alemán dio Jakob; en italiano, Iacomo, Giacomo o Jacopo; en francés Jacques y en inglés James. Otras formas castellanas de Santiago, además de Yago y Jacobo, son Yagüe, Diego o Jaime. Con todas ellas se hace referencia al apóstol de Cristo que acabó convirtiéndose en patrón de las Españas.

Un dominico genovés, tocayo del Apóstol, Jacopo della Voragine, escribió a mediados del siglo XIII una de las más notables colecciones hagiográficas de la Edad Media, una obra que ha sido tradicionalmente conocida con el título de La leyenda dorada, y que gozó durante doscientos años de un éxito fabuloso. En ella se nos presenta del siguiente modo a Santiago:


De cuatro maneras diferentes es designado este apóstol: Santiago de Zebedeo, Santiago hermano de Juan, Boanerges o hijo del trueno, y Santiago el Mayor.

      Llámasele Santiago de Zebedeo porque según la carne fue hijo de un tal Zebedeo.

      Llámasele hermano de Juan porque Juan y él fueron hermanos en sentido propio, según la carne, y porque entre ambos hubo extraordinaria semejanza en el modo de ser y de obrar.

      Llámasele Boanerges o hijo del trueno por la conmoción que su predicación producía; en efecto, cuando ejercía su ministerio hacía temblar de espanto a los malos, sacaba de su tibieza a los perezosos, y despertaba a todos con la profundidad de sus palabras.

      Llámasele, finalmente, el Mayor para diferenciarlo del otro Santiago, apellidado a su vez el Menor, o sea, de Santiago Alfeo.

Santiago de la Vorágine: La leyenda dorada.



            Santiago fue uno de los doce apóstoles y, junto con Pedro y Juan el predilecto del Señor.
            Se le llama también Santiago Zebedeo, por ser hijo de este personaje y asimismo es conocido como Boanerges, "hijo del trueno". Esta palabra sólo aparece en el evangelio de Marcos: "Designó, pues, a los doce: a Simón, a quien puso por nombre Pedro; a Santiago el de Zebedeo y a Juan, hermano de Santiago, a quienes dio el nombre de Boanerges, esto es, hijos del trueno; a Andrés y Felipe, a Bartolomé y Mateo, a Tomás y Santiago el de Alfeo, a Tadeo y Simón el Celador, y a Judas Iscariote, el que le entregó" (Mc. 3, 16-19).

            Los evangelios canónicos, así como los apócrifos, son bastante parcos en cuanto a los datos que nos ofrecen sobre Santiago. Mateo nos cuenta que, después de Pedro y Andrés, fueron los hermanos Zebedeos los siguientes en conocer a Cristo: "Pasando más adelante, vio a otros dos hermanos: Santiago el de Zebedeo, y Juan, su hermano, que en la barca, con Zebedeo, su padre, componían las redes, y los llamó. Ellos, dejando luego la barca y a su padre, le siguieron" (Mt. 4, 21-22). Prácticamente igual es el relato de Marcos (Mc. 1, 16-20) y con alguna ligera variación lo encontramos también en Lucas (Lc. 5, 1-11).



Detalle de un retablo inglés del siglo XIV, en el que se representa la barca del Zebedeo, que está a bordo con sus hijos. A la izquierda, el hippie que se llevó a los niños y arruinó el negocio familiar.




El evangelio de Marcos nos muestra la predilección de Jesús por Santiago, Pedro y Juan, cuando relata la resurrección de la hija de un jefe de la sinagoga, Jairo. Éste había acudido a Jesús para rogarle que curara a su hija, que estaba muy enferma. Mientras habla con Jesús vienen a avisarle de que la niña ha muerto. "Pero oyendo Jesús lo que decían, dice al jefe de la sinagoga: No temas, ten sólo fe. No permitió que nadie le siguiera más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegados a la casa del jefe de la sinagoga, ve el grande alboroto de las lloronas y plañideras, y entrando les dice: ¿A qué ese alboroto y ese llanto? La niña no ha muerto, duerme. Se burlaban de Él; pero Él, echando a todos fuera, tomó consigo al padre de la niña, a la madre y a los que iban con Él, y entró donde la niña estaba; y tomándola de la mano, le dijo "Talitha, qumi", que quiere decir: Niña, a ti te lo digo, levántate. Y al instante se levantó la niña y echó a andar, pues tenía doce años, y se llenaron de espanto. Recomendóles mucho que nadie supiera aquello, y mandó que diesen de comer a la niña." (Mc. 5, 36-43)
            En el episodio de la Transfiguración, recogido por Marcos, Mateo y Lucas, también Jesús elige a sus predilectos para que lo acompañen. "Seis días después tomó Jesús a Pedro, a Santiago y a Juan, su hermano, y los llevó aparte, a un monte alto. Y se transfiguró ante ellos; brilló su rostro como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Y se les aparecieron Moisés y Elías hablando con Él. Tomando Pedro la palabra, dijo a Jesús: Señor, ¡qué bien estamos aquí! Si quieres, haré aquí tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. aún estaba él hablando cuando los cubrió una nube resplandeciente, y salió de la nube una voz que decía: Este es mi hijo amado, en quien tengo mi complacencia; escuchadle. Al oírla, los discípulos cayeron sobre su rostro, sobrecogidos de gran temor. Jesús se acercó, y tocándolos dijo: Levantaos, no temáis. alzando ellos los ojos, no vieron a nadie, sino sólo a Jesús. Al bajar del monte les mandó Jesús, diciendo: No deis a conocer a nadie esta visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos." (Mt. 17, 1-9).
            En la oración del huerto de Getsemaní uno de los momentos más dramáticos en la vida de Cristo, recogida por Mateo, Marcos y Lucas, viendo su próximo encarcelamiento, tortura y ejecución, Jesús se aparta para orar angustiado. Según Mateo y Marcos, se lleva consigo a sus discípulos predilectos, que, sin embargo, se duermen y lo dejan solo en su sufrimiento. "Llegaron a un lugar cuyo nombre era Getsemaní, y dijo a sus discípulos: Sentaos aquí mientras voy a orar. Tomando consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, comenzó a sentir temor y angustia, y les decía: Triste está mi alma hasta la muerte; permaneced aquí y velad. Adelantándose un poco, cayó en tierra y oraba que, si era posible, pasase de Él aquella hora. Decía: Abba, Padre, todo te es posible; aleja de mí este cáliz; mas no sea lo que yo quiero, sino lo que quieres tú. Vino y los encontró dormidos, y dijo a Pedro: Simón, ¿duermes? ¿No has podido velar una hora? Velad y orad para que no entréis en tentación; el espíritu está pronto, mas la carne es flaca. De nuevo se retiró y oró haciendo la misma súplica. Viniendo otra vez, los encontró dormidos, porque estaban sus ojos pesados; y no sabían qué responderle. Llegó por tercera vez y les dijo: Dormid ya y descansad. Basta, Ha llegado la hora, y el Hijo del hombre es entregado en manos de los pecadores. Levantaos, vamos. Ya se acerca el que ha de entregarme". (Mc. 14, 32-42).
 
En este detalle del retablo mayor de la catedral de Toledo (principios del XVI) aparece representada la oración en el huerto de Getsemaní.

Cristo, arrodillado, ora entre los olivos, mientras un ángel sostiene el cáliz que Jesús ha de apurar. En la parte inferior, Santiago (izquierda), Juan (centro) y Pedro (derecha) duermen. Sobre la figura de San Pedro, Judas - con una bolsa de monedas en la mano - precede a los soldados que han de prender a Cristo.


           
Mateo y Marcos relatan otro episodio, donde Santiago, junto con su hermano Juan, se nos muestran como unos trepas, buscándose un enchufe con Cristo. Según Marcos, fueron ellos mismos quienes le pidieron el favor a Cristo; según Mateo, fue su madre la que intentaba colocarlos en un buen puesto: "Entonces se le acercó la madre de los hijos de Zebedeo con sus hijos, postrándose para pedirle algo. Díjole Él: ¿Qué quieres? Ella le contestó: Di que estos dos hijos míos se sienten uno a tu derecha y otro a tu izquierda en tu reino. Respondiendo Jesús, le dijo: No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber el cáliz que yo tengo que beber? Dijéronle: Podemos. Él les respondió: Beberéis mi cáliz, pero sentaros a mi diestra o a mi siniestra no me toca a mí otorgarlo; es para aquellos para quienes está dispuesto por mi Padre. Oyendo esto, los diez se enojaron contra los dos hermanos. Pero Jesús, llamándolos a sí, les dijo: Vosotros sabéis que los príncipes de las naciones las subyugan y que los grandes imperan sobre ellas. No ha de ser así entre vosotros; al contrario, el que entre vosotros quiera llegar a ser grande, sea vuestro servidor, y el que entre vosotros quiera ser el primero, sea vuestro siervo, así como el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en redención de muchos." (Mt. 20, 20-28).

            Lucas nos cuenta otra bravuconada de los hermanos Zebedeos: "Estando para cumplirse los días de su ascensión, se dirigió resueltamente a Jerusalén, y envió mensajeros delante de sí, que en su camino entraron en una aldea de samaritanos para prepararle albergue. No fueron recibidos, porque iban a Jerusalén. Viéndolos los discípulos Santiago y Juan, dijeron: Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo que los consuma? Volviéndose Jesús, los reprendió, y se fueron a otra aldea". (Lc. 9, 51-56).

            Este tipo de actitudes fueron, probablemente los que llevaron a Jesús a llamar a los dos hermanos "Hijos del trueno", y no tanto lo que cuenta Santiago de la Vorágine en "La leyenda dorada":
           
            Nada o poco más se dice en los evangelios sobre Santiago. De igual modo, los Hechos de los Apóstoles, tampoco se extienden mucho en la biografía jacobea, más bien se ocupan de su tanatografía, si es que existe esta palabra: "Por aquel tiempo, el rey Herodes se apoderó de algunos de la iglesia para atormentarlos. Dio muerte a Santiago, hermano de Juan, por la espada". (Act. 12, 1-2).

            La decapitación de Santiago tuvo lugar hacia el año 44. Es decir, que habían pasado once desde la muerte de Cristo, tiempo que Santiago habría dedicado a la predicación del Evangelio. Según la tradición habría viajado a España, pero sobre esto nada se sabe con certeza.
            Hasta el descubrimiento de la sepultura compostelana, la figura de Santiago pasa en el culto cristiano completamente desapercibida. Otros santos (San Pedro, San Pablo, San Juan Bautista, San Juan Evangelista...) se llevan todo el protagonismo.

Según la tradición, Santiago vendría a España en torno al año 40, donde predica sin obtener ningún éxito. Una leyenda dice que una vez que predicaba Santiago en Zaragoza sin que nadie le hiciese caso, invocó a la Madre de Jesús, quién se apareció sobre un pilar, advocación mariana que sería conocida a partir de entonces como la Virgen del Pilar. Sin embargo, no hay referencias a esta Virgen antes del siglo V. 

Hacia 1775, Goya representó en este cuadro la aparición de la Virgen del Pilar a Santiago. Aún en vida del genial pintor, la Pilarica manifestaría que no quería ser francesa y que prefería ser capitana de la tropa aragonesa. 
       La misma tradición nos dice que a partir de ese momento Santiago consigue numerosas conversiones, especialmente en Galicia, a donde se traslada tras la aparición de la Virgen. Según Santiago de la Vorágine, Santiago no logró convertir al cristianismo nada más que a nueve personas en España. En cualquier caso parece bastante improbable que Santiago hollase nunca con sus santos pinreles la entonces ya curtida piel de toro.
           Sin embargo, en los siglos V y VI se redactan los catálogos grecobizantinos de los apóstoles, en cuya traducción latina, de mediados del VI, se afirma expresamente la predicación de Santiago en Hispania.
En el Martirologio Jeronimiano (de fines del siglo VI o principios del VII) se dice: "Jacobus, filius Zebedei, Hic Spaniae et occidentalia loca predicat".
San Isidoro, que era español, mantiene la teoría jeronimiana y ya en el siglo VIII, en un himno litúrgico dedicado al rey asturiano Mauregato (783-788), titulado "O Dei Verbum patris" y atribuido a Beato de Liébana, el célebre autor de los Comentarios al Apocalipsis, dedica una estofa completa a Santiago, reconociéndole como protector: "Cabeza áurea refulgente de España, nuestro patrono y defensor particular."Así se cree también en Inglaterra, como demuestra una inscripción para un altar, redactada por el abad de Malmesbury, San Adelmo (siglo VIII).
En este mismo siglo VIII, se desprende por la liturgia que Santiago es ya el patrón de España. Lo que choca enormemente con la ausencia de iglesias con advocación jacobea en la España visigoda. 




La invención del sepulcro jacobeo
       
En el año 711 los árabes, que hacía menos de cien años, no constituían sino tribus incultas y dispersas por el desierto arábigo, hicieron su irrupción en España, después de conquistar los territorios de los imperios bizantino y persa. Tras derrotar al ejército visigodo de Rodrigo, unos pocos años bastaron para dominar la Península Ibérica por completo. En aquella ocasión no estuvo Santiago para defenderla.

          Pocos años después, tras la mítica batalla de Covadonga, en las inaccesibles montañas asturianas, un grupo de montañeses al mando de un noble godo - Pelayo -, infringieron la primera derrota a un ejército musulmán en tierras hispanas. La batalla no pasaría, sin duda, de ser una emboscada, pero, según la tradición, dio origen al reino de Asturias, el primer foco cristiano de resistencia frente al Islam y que supondría el arranque de un proceso histórico que vino a llamarse Reconquista y que duró la friolera de ochocientos años.

        El pequeño reino asturiano tiene que resistir las embestidas de los árabes y los ataques de los vikingoss en la costa. En este estado están las cosas, cuando en torno al año 812, reinando Alfonso II el Casto (791-842) en Asturias y Carlomagno (768-814) en Francia, tuvo lugar en las inmediaciones de la parroquia gallega de San Fiz o San Félix de Solovio, un acontecimiento que cambiaría el destino del reino astur y sin el cual no tendría objeto este escrito.
Un monje ermitaño llamado Pelayo tuvo revelaciones angélicas de que allí se encontraba sepultado el cuerpo del Apóstol Santiago, y varios feligreses vieron luminarias sobrenaturales. El bueno de Pelayo, que dudaba si aquella visión se debía a un exceso en el consumo de ribeiro o a alguna milagrosa revelación, avisó al obispo de Iria Flavia, Teodomiro, quien comprobó el extraño fenómeno de las estrellas y decretó un ayuno de tres días, al cabo de los cuales acudió al lugar que señalaban las luminarias en compañía del eremita y de gran número de fieles. Allí encontró un sepulcro de época romana, que identificó con el del Apóstol Santiago. Rápidamente el obispo hizo saber la noticia al rey casto, quien se convertiría de este modo en el primer peregrino jacobeo, pues rápidamente abandonó la corte ovetense y se desplazó hasta el lugar, donde mandó construir sobre el sepulcro una iglesia dedicada a Santiago, cerca otra en honor de San Juan Bautista y una tercera, con tres altares dedicados al Salvador, a San Pedro y a San Juan Evangelista, que acabaría siendo el monasterio de San Payo de Antealtares. 


El obispo Teodomiro halla el sepulcro de Santiago, que le señala un ángel al tiempo que, con un incensario, crea el correspondiente tufo de santidad.
Miniatura del tumbo A de la catedral compostelana. (siglo XII).






El papa León III (795-816), en su encíclica "Noscat Vestra Fraternitas", notifica a los obispos europeos la invención del sepulcro. No es que queramos pensar mal, pero lo cierto es que a la monarquía asturiana le vino de perlas que apareciese en su territorio el sepulcro de un apóstol de Cristo. España estaba sometida a los infieles mahometanos y un hecho así lograría la publicidad necesaria para que todos los r4einos critianos volviesen sus ojos hacia Asturias.


Compostela


El caso es que nos encontramos en Galicia con un cuerpo que fue decapitado en Jerusalén. La pregunta es inevitable, ¿cómo se las ha apañado para recorrer los más de cinco mil kilómetros que separan ambos puntos? Enseguida surgió la explicación hagiográfica.





La traslación del cuerpo de Santiago

   Luego de que Santiago fuera decapitado, unos discípulos suyos, amparados por la oscuridad de la noche, cogieron el cuerpo y se lo llevaron hasta la playa, donde vieron aparecer un barco sin velas ni timón. Subieron a él el cuerpo del santo y los ángeles se encargaron de gobernar el navío y conducirlo hasta Galicia, en donde penetraron por la ría de Padrón. Allí descendieron los discípulos de Santiago y depositaron el santo cadáver sobre "una inmensa piedra, la cual como si fuese de cera, repentinamente adoptó la forma de un ataúd y se convirtió milagrosamente en el sarcófago del santo." (Santiago de la Vorágine: La leyenda dorada). Fueron entonces a visitar a la reina Lupa (loba), que gobernaba aquellas tierras, para pedirle ayuda para trasladar el cuerpo de su maestro. En este punto existen diversas versiones, pero la más resumida es la que presenta a la reina concediéndoles el favor de prestarles unos bueyes para que puedan transportar el pesado sarcófago, la única condición que les impone es que vayan ellos mismos a coger las bestias de carga a un monte donde los tiene paciendo. Los discípulos marchan al monte y se encuentran con que los supuestos bueyes son en realidad toros bravos, que a punto están de dejarlos como a Manolete y Paquirri respectivamente, si no hubiera sido porque, instantes antes de la fatal cogida, los discípulos − desprovistos de muletas, estoques o capotes, pero armados con la fe −  hicieron la señal de la cruz y amansaron a las fieras, que se dejaron uncir dócilmente al carro que había de transportar al apóstol. Tras aquella milagrosa faena, decidieron los discípulos enterrar a Santiago en el lugar donde los toros se pararan por su propia voluntad y éstos echaron a andar, hasta penetrar en el palacio de la reina Lupa y detenerse en el salón del trono. Viendo el prodigio la pérfida reina se convirtió al cristianismo allí mismo y construyó el templo que habría de cobijar el sepulcro apostólico.
 Esto sucedía en Galicia en los tiempos remotos anteriores a Fraga, en los años del emperador Claudio, que por muy tonto que fuera, parece difícil pensar que pudiese haber una reina en alguno de los territorios que formaban parte de su Imperium.


Díptico gótico del siglo XV de la escuela de Miguel Ximénez, en que se representa la traslación del cuerpo de Santiago. En la tabla de la izquierda aparece el momento en que los discípulos del santo embarcan el cuerpo decapitado en alguna playa cercana a Jerusalén. En la de la derecha, trasladan el cadáver en el carro hasta el palacio de la reina Lupa, que presencia la escena desde la ventana. Es curioso observar que en la tabla de la derecha, tanto Santiago como sus discípulos aparecen ya ataviados como peregrinos. Museo del Prado. Podéis buscar la postal, pero no la tabla, que debe de estar en algún desván (Madrid)

 Ya hemos visto que los datos biográficos que poseemos de Santiago son más bien escasos, sin embargo, desde el momento en que aparece su sepulcro su popularidad aumenta, lo mismo que sus apuntes hagiográficos y sus milagros se multiplican por todo el orbe cristiano.

Pero de todos los milagros, el que más resonancia tuvo en España fue el que se produjo en la legendaria batalla de Clavijo por causa del no menos legendario tributo de las cien doncellas. Esta leyenda se difunde en España a partir del siglo XII y sitúa el acontecimiento en el reinado del asturiano Ramiro I, allá por el siglo IX.
Resulta que los pérfidos moros cobraban a los reyes asturianos un tributo consistente en cien doncellas, que suponemos servirían para renovar año tras año el harén del emir cordobés. Así se sucedieron las cosas, hasta que al tal Ramiro I no le salió de sus reales genitales seguir pagando tan humillante tributo, que estaba dejando su reino sin mozas casaderas.
Dispuesto a dar batalla al moro, armó su ejército y marchó sobre los reales sarracenos, que, por supuesto, eran muchísimo más numerosos. La tropa cristiana fue desbaratada en tierras riojanas y tuvo que refugiarse en un castillo situado en lo alto de un cerro y que se llama Clavijo desde tiempo inmemorial. Al día siguiente habría de celebrarse el combate decisivo. Los asturianos pasaron las primeras horas de la noche angustiados, confesando sus pecados y quien sabe si acariciando la posibilidad de abrazar el Islam, pero hete aquí que al soberano, que había echado una cabezadita, se le apareció en sueños el apóstol Santiago y le prometió que al día siguiente combatiría a su lado. La noticia renovó el ánimo de los guerreros cristianos, pues de todos es conocido que los apóstoles de Cristo eran todos consumados espadachines.
Apenas había amanecido, cuando los asturianos, que se habían desayunado con fabada, salieron en tropel del castillo para descender a donde les aguardaban las granadas hordas sarracenas. Aún no se había producido el choque entre los dos ejércitos, cuando descendió del cielo un caballero montado sobre un caballo blanco y a quien todos reconocieron como si lo hubieran tratado toda la vida. "¡Santiagu! ¡Santiagu!", gritaron los astures y en pos de él dieron una tremenda paliza a los más de setenta mil moros que allí se habían juntado, y a los que descabezaría en proporciones celestiales el propio Santiago, que a partir de entonces recibió el cariñoso apelativo de "Matamoros".
Por supuesto el ominoso tributo no volvió a pagarse nunca más y las doncellas asturianas perdieron para siempre la oportunidad de conocer los baños árabes y demás lujos a que estaban acostumbrados en Al Ándalus.

 


Casado del Alisal: La batalla de Clavijo. Madrid,iglesia de San Francisco el Grande.Los arneses del caballo de Santiago van ornados con conchas.



 En la catedral de Santiago apareció un documento, tan falso como un beso de Judas, firmado por Ramiro I, en el que se establece un tributo al apóstol por la ayuda prestada.


"Tras esta victoria inesperada por la milagrosa aparición del beatísimo Santiago, patrono y defensor nuestro, decidimos ofrendar al mismo este don perpetuo. Por eso establecemos para toda España y lugares que Dios permita liberar de los sarracenos, y en nombre del apóstol Santiago que se dé cada año y a modo de primicia una medida de grano y otra de vino por cada yunta de tierra para sostenimiento de los canónigos que residan y oficien en la iglesia de Santiago. También concedemos y confirmamos que cuando los cristianos de toda España invadan la tierra de los moros, den del botín obtenido la parte que le corresponda a un guerrero montado."
            No es preciso ser muy suspicaz para sospechar que el autor del documento fue un canónigo de Santiago. En cualquier caso, son numerosas las batallas posteriores en las que se afirma que luchó Santiago al lado de los cristianos y esta tradición de ofrendarle un tributo como si hubiera luchado en las batallas y le correspondiera su parte del botín, está ya presente en el siglo XIV y se continúa durante la Edad Moderna. Es de suponer que se olvidó de llevarse a la práctica en el momento en que los españoles dejaron de ganar batallas.
           
Para la mentalidad belicosa y caballeresca de la Edad Media el hecho de que Santiago apareciese combatiendo en las batallas fue un elemento esencial en cuanto a la difusión de su culto en algunos ambientes. Reyes y nobles veían en él, lo mismo que en San Jorge y otros santos caballeros, a un protector especial y sirvió para acrecentar el sentimiento de patronazgo sobre el reino, así cuando España extienda sus dominios por ultramar, Santiago será también el patrón de las nuevas Españas.



Incluso en el País Vasco. Véase esta "nobena" de 1898, que cayó en mis manos hace tiempo y que fue escrita por un cura que pretende hacerlo en euskera, y que califica a Santiago de "Inbikto". Leyéndola, uno se da cuenta enseguida de lo fácil que resulta aprender idiomas. 





Pronto surgiría en torno al sepulcro del Apóstol una aglomeración de edificios, que acabarían constituyendo la ciudad de Santiago de Compostela. Los cronistas medievales, muy aficionados a inventar etimologías, pronto resolvieron que el topónimo Compostela derivaba de las palabras latinas campus stellae, es decir, el campo de la estrella, haciendo mención a las luces celestiales que se habían visto sobre la tumba de Santiago. A pesar de lo bello de esta etimología, hoy los expertos parecen más proclives a pensar que Compostela deriva de compostum, que en latín viene a ser cementerio. Si se me permite, yo preferiría hacerla derivar de compotor (compañero de taberna).
            Venga de donde venga la dichosa palabra, el caso es que lo que no fue más que una pequeña y rural iglesia edificada sobre un modesto sepulcro, acabaría convirtiéndose en muy poco tiempo en uno de los mayores centros de peregrinación de toda la cristiandad, rivalizando con los de Roma y Tierra Santa y a los que llegaría a superar a partir del siglo XI.

Una diferencia esencial entre la sede compostelana y los otros dos principales centros de peregrinación para los cristianos medievales. Mientras que Roma y Jerusalén son ciudades antiquísimas, a las que se peregrinó por hechos que ocurrieron en ellas cuando ya eran famosas, Santiago de Compostela surge como centro de peregrinación antes de convertirse en ciudad. La peregrinación y no otra cosa será el elemento que haga de ella lo que es en la actualidad.
 




Tierra Santa

Para un cristiano, no hay duda de que Palestina contiene los lugares más sagrados y supone por tanto el principal foco de peregrinación.
 Así ocurrió ya desde los tiempos de Santa Elena, la emperatriz madre de Constantino. A esta santa mujer la endiñaron todo tipo de reliquias, entre las que cabe destacar la Vera Cruz, aquella en la que sufrió el tormento Jesucristo. En sus tiempos se edificaron los principales templos que conmemoraban los más importantes episodios de la vida y pasión de Cristo.



Es evidente que la Tierra Santa gozó de extraordinaria popularidad entre los fieles del Bajo Imperio y los de la Alta Edad Media, a pesar de que para un inglés o un flamenco, por poner dos casos, el desplazarse hasta allí podía suponer gravísimos trastornos. También la peregrinación compostelana se benefició de cierto pequeño incidente acaecido en estos santos lugares allá por el siglo XI: el fanatismo islámico impide a los cristianos la peregrinación.

 En el 638, sólo seis años después de la muerte de Mahoma, los musulmanes conquistaron Jerusalén, ciudad a la que con cristianos y judíos, también consideraron santa. Los árabes permitieron a los habitantes de sus nuevos territorios practicar sus antiguas religiones, pero en los años sesenta del siglo XI, los turcos selyúcidas invadieron el territorio y rompieron toda relación con los reinos cristianos. El emperador bizantino, derrotado por el ejército selyúcida, pidió auxilio a Occidente; en el 1095, el papa Urbano II pronunció un exaltado discurso en el concilio de Clermont ante los caballeros franceses. "Deus vult", "Dios lo quiere" fue el slogan papal para unir a una turba de feroces caballeros en una de las más descontroladas aventuras de la Edad Media: las Cruzadas. Cuatro años después, el 15 de julio de 1099 Jerusalén caía en manos de los cruzados. A esta victoria seguirían la creación del reino latino de Jerusalén, la formación de las órdenes militares de los Hospitalarios y Templarios y otras seis cruzadas, hasta que los cristianos acabasen perdiendo todos los territorios conquistados a finales del siglo XIII.
 
 En cualquier caso, las peregrinaciones a Tierra Santa, no volverían a ser nunca lo que fueron antes de la llegada de los turcos.



Jerusalén. Iglesia del Santo Sepulcro, reedificada en estilo románico por los cruzados











Roma

            Cristo nació, vivió y murió en Palestina, una provincia del más vasto imperio de aquellos tiempos, el cual que había surgido de una ciudad del Lacio, que se había convertido en la gran urbe de la Antigüedad. El hecho de que este imperio contase con unas infraestructuras de primer orden, fue lo que posibilitó que el cristianismo se extendiese por un territorio tan grande y de manera tan rápida. Roma era entonces la capital del mundo y así pareció pensarlo la Iglesia, al decidir que el obispo de Roma fuese la cabeza de la Institución: el Sumo Pontífice, el Papa.
Precisamente, la tradición cristiana también consideró como a su primer papa al apóstol Pedro, aquel a quien Cristo le había dicho: "Tú eres Piedra y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia". Pedro fue crucificado boca abajo en Roma, y allí se levantó, siglos después la basílica que lleva su nombre, en el Vaticano, el mayor templo de la cristiandad.
 La primitiva basílica constantiniana, en la que fue coronado emperador Carlomagno el día de Navidad del año 800, amenazaba ruina en el siglo XV, por lo que los papas se decidieron a reconstruirla en sucesivas obras que ocuparían a los más prestigiosos arquitectos italianos de los siglos XVI y XVII.
Alberti, Bramante, Rafel, Sangallo, Miguel Ángel, Vignola o Bramante son sólo algunos de los artistas que dirigieron las obras del enorme templo.

Cobijado por la cúpula de Miguel Ángel, el barroco baldaquino, obra de Bernini, cubre el altar en que oficia el papa, y bajo éste se halla la cripta que guarda el sepulcro del Apóstol Pedro.



En Roma sufrieron también el martirio muchísimos santos anónimos, que regaron con su sangre las arenas de los anfiteatros. Es de suponer que los que fueron devorados por las fieras no recibieron cristiana
sepultura, pero sí otros muchos que fueron enterrados en las laberínticas catacumbas. Todos estos lugares se convirtieron en hitos de peregrinación para los cristianos medievales. Y a todos ellos se unía la posibilidad de ver, tal vez tocar al vicario de Cristo en la Tierra, a Su Santidad el Papa, quien durante toda la Edad Media mantuvo en régimen de monopolio el negocio de la salvación eterna para occidente y aquellos que trataron de hacerle la competencia acabaron en la hoguera purificadora, hasta que en el siglo XVI, apenas finalizado el medioevo, cuando nuestro primer Carlos se ocupaba también de los asuntos del Sacro Imperio, le salió una tan dura competencia al catolicismo romano, que hasta la fecha no ha vuelto a recuperar el mencionado monopolio.
           
Pero en aquellos siglos de esplendor monocefálico, el campesino francés, alemán o español que dejaba todo para iniciar una peregrinación de la que no podía saber si regresaría, encontraba en Roma un mundo muy distinto al que le habían predicado los curas y monjes de su aldea. Ciertamente quedaría impresionado por las maravillas arquitectónicas que atesoraba la urbe papal, pero la vida que en ella llevaban el vicario de Cristo y su curia cardenalicia lo escandalizarían aún más. Suntuosos palacios, vestimentas y alhajas que los pobres campesinos medievales no sospechaban ni siquiera en sus reyes, se veían por doquier entre las dignidades eclesiásticas romanas.
Los goliardos, secta de vagos escolares, autores de los Carmina Burana, denunciaron en estos cantos profanos los vicios de la curia. Lamentablemente, cuando en el siglo XX Carl Orff puso música a una selección de estos poemas, no escogió ninguno de los que hacían feroz crítica de aquella situación. A continuación va una pequeña muestra:

Nos peccata relaxamus

Nosotros os perdonamos los pecados
y, ya sin ellos, os colocamos
en la morada celestial.
Nuestros son los poderes de Pedro
para sujetar a todos los reyes
con esposas de hierro.

Así hablan los cardenales,
así suelen ganar las voluntades, al principio,
estos dioses carnales.
Así destilan su hiel de dragón
y al final del sermón
obligan a la bolsa a vomitar.

Los cardenales, como decía,
venden el patrimonio
del Crucificado, según un nuevo derecho;
por fuera Pedro, por dentro Nerón,
por dentro lobos, por fuera en cambio
son como corderillos.

****
Roma es la capital del mundo,
pero sólo da cabida a lo inmundo,/.../
Roma se apodera de los individuos
y de sus propiedades,
la curia romana
no es más que un mercado,
donde se venden
los derechos de los senadores
y el mucho dinero
allana cualquier obstáculo.

****
La puerta pide, el papel
pide, la bula pide,
el Papa pide, el cardenal
también pide,
todos piden, y si al dar
te olvidas de uno solo,
todo el mar resulta salado
y toda la causa se pierde.

Das a éstos, das a aquellos,
das y das cada vez más,
y cuando ya has dado bastante,
te piden más que bastante.
¡Ah, vosotras, bolsas hinchadas,
venid a Roma,
que en Roma hay una medicina
para las bolsas con constipado de vientre!

En fin, que los peregrinos que llegaban a Roma, al regresar a sus casas, como es lógico, contaban a sus vecinos lo que allí habían visto y vivido, y si alguno de estos pretendía iniciar una peregrinación, es muy probable que pensase en Compostela antes que en Roma.


 

Estampitas de dos años santos, la de la derecha el de 1934. En el reverso se especifica que para ganar el jubileo hay que realizar visitas a las cuatro basílicas de Roma: San Pedro del Vaticano, San Pablo Extramuros, Santa María la Mayor y San Juan de Letrán. La de la derecha no está fechada, pero es obvio que pertenece al pontificado de Pío XII (1939-1958).







2 comentarios:

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  2. Acerca de la invención del sepulcro del apóstol, me voy a permitir glosar la teoría expuesta por la historiadora Doña Marisa x., conocida como "La Moños" y famosa por sus frases "yo creo que me explico" y "Díez de Palma y Fernández Villar, fuera de clase": Antes de ascender a los cielos, Dios nuestro señor repartió aquello que más quería entre sus discipulos, de acuerdo con el cariño que el Redentor profesaba a cada uno de ellos. Así, a Juan, su discípulo predilecto, le legó a su madre, la Virgen María. A Pedro, el segundo en su corazón, le legó la Iglesia, y al tercero al que más quería, es decir, a Santiago el mayor, le legó... España. Así me lo han contado.

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