miércoles, 21 de agosto de 2013

Los peregrinos




Los peregrinos

            El diccionario de la Real Academia Española recoge varias acepciones de la palabra peregrino. La primera dice que es "la persona que anda por tierra extraña". Esta definición no nos dice mucho. La segunda parece más adecuada a nuestro propósito: "Que por devoción o por voto va a visitar un santuario, especialmente si lleva el bordón y la esclavina".

            Peregrino y romero son palabras que funcionan como sinónimos ya en la Edad Media. Sin embargo, autores cultos de esos siglos intentaban hacer distinciones, que hasta el momento han tenido poca aceptación. Alfonso X el Sabio lo aclara así:

            Romero tanto quiere decir como home que se parte de su tierra et va a Roma para visitar los santos lugares en que yacen los cuerpos de sant Pedro et de sant Pablo, et de los otros que prisieron hi martirio por nuestro señor Iesu Cristo. Et pelegrino tanto quiere decir como extraño que va a visitar el sepulcro de Ierusalen et los otros santos lugares en que nuestro señor Iesu Cristo nació, et visquió et prisó muerte en este mundo, o que anda en pelegrinaie a Santiago o a otros santuarios de luenga tierra et estraña.

Alfonso X: Las Partidas.

El poeta italiano Dante Alighieri va más lejos, cuando afirma que "No se entiende por peregrino sino el que va hacia la casa de Santiago, o vuelve de ella". Y esto lo explica por la razón de que el propio Santiago hizo una larga peregrinación después de su muerte hasta llegar a Galicia:
"Le genti che vanno al servigio dell'Altissimo": palmieri de ultramar, peregrini "in quanto vanno a la casa di Galizia, però che la sepultura di sa'Jacopo fue piu lontana de la sua patria, che d'alcuno altro apostolo".
Dante Alighieri: Vita nuova. cap. XL

            De este modo, los tres centros de peregrinación fundamentales tendrían un modo de designar a sus peregrinos: Romeros para los que acuden a Roma; palmeros, los que van a Tierra Santa y peregrinos, quienes se dirigen a Compostela.

            Naturalmente se siguió llamando peregrino a cualquiera que realizaba una peregrinación al santuario que fuese, pero en el arte sí que fue el jacobípeta el que identificaba al peregrino, aunque su peregrinación no tuviese nada que ver con la jacobea.



En la fotografía de la izquierda aparece uno de los machones del claustro de Santo Domingo de Silos (siglo XI), en el que se representa el camino de Emaús. Después de resucitar, Cristo se presenta a dos de los apóstoles, que se dirigen a Emaús. Aunque no lo reconocen, el Maestro hace todo el camino junto a ellos. La figura de Cristo, de mayor tamaño y con nimbo crucífero, hace referencia a que se hallan en camino. ¿Cómo? Solución: obsérvese que cuelga de su hombro una esportilla en la que luce una pequeña venera.













En el siglo XVII, Caravaggio pinta esta Cena de Emaús (National Gallery, Londres), el episodio que continúa al anterior. Llegados los tres a Emaús, los dos apóstoles ruegan al desconocido que los acompañe a la hospedería. Cuando están sentados a la mesa, el invitado toma el pan y, por el modo de partirlo, los discípulos reconocen por fin a Jesús. De ahí esos aspavientos de sorpresa, que el mesonero no comparte, ya que, mientras le paguen, lo mismo le da que en su casa se siente Cristo que Caifás. El apóstol de la derecha va vestido con esclavina, de la que pende también la inexcusable concha de peregrino.






            El individuo medieval era eminentemente religioso. Todas las convicciones que tenía estaban ligadas al poder divino. Había nacido porque así lo había querido Dios; si le sobrevenía una enfermedad o una desgracia era por voluntad divina; su trabajo y subsistencia dependían en gran medida del tiempo atmosférico que quisiese enviarle el Señor; estaba gobernado por reyes que lo eran por la gracia de Dios. Todo su ciclo vital estaba marcado por ritos religiosos: al nacer lo bautizaban y al morir recibía la extremaunción.

            Ante esta perspectiva, es fácil imaginar que quisiese entrar en contacto con la divinidad, pero Dios estaba en las Alturas y rara vez se dignaba a entrar en contacto con sus miserables hijos mortales. Aunque el pobre labriego intentaba comunicarse con el Supremo Hacedor por medio de la oración o de la misa, tal y como le enseñaban los clérigos, aquello era demasiado abstracto. Había, sin embargo, restos materiales cargados de esencia sagrada: las reliquias. Ante una reliquia cualquier duque, monje, campesino o zapatero podía sentirse en presencia real de la santidad, de la divinidad. Por eso era tan importante ver, tocar o besar el hueso o cualquier despojo repugnante de un santo, un trozo de la Cruz en que murió Jesucristo o el sepulcro de un apóstol y para conseguirlo no importaba abandonar la tierra y la familia, pasar hambre, frío y penurias, exponerse a la muerte a manos de bandidos o de lobos, cruzar ríos y montañas y recorrer caminos que parecían no tener fin.

            En la Edad Media, exceptuando a los miembros de la nobleza, que solían tener tierras y casas en lugares distintos o que se movían siguiendo a la corte real, las gentes no salían nunca de la comarca que les viera nacer. El transitar de una aldea a otra ya era motivo de inquietud. Los desplazamientos habían de hacerse a pie, o a lomos de bestia si se tenían posibles y a través de caminos polvorientos o enfangados, sintiéndose un extraño sin protección desde el mismo momento en que se perdían de vista los parajes familiares, a merced de los bandidos o los señores que abusaban de sus derechos feudales. Los bosques, que cubrían grandes extensiones de Europa, eran para los viajeros tan siniestros y peligrosos, como lo pueda ser para un occidental barrigón actual la selva del Amazonas. A los peligros reales se añadían los miedos de una sociedad inculta y supersticiosa: dragones, monstruos, brujas y encantamientos aterraban tanto o más que los osos o las manadas de lobos.
            Pero todo esto y más aún se sufría, con tal de ponerse en contacto con una reliquia o con un lugar sagrado.
            Los peregrinos medievales eran por tanto miembros de todos los grupos sociales: reyes, duques, condes, abades y obispos, que harían la peregrinación sobre fuertes caballos y acompañados por crecidos séquitos; pero también campesinos, frailes, artesanos, mendigos, condenados. Hombres y mujeres. Viejos y jóvenes. Enfermos y sanos. Justos y pecadores. Ricos y pobres. Malos y buenos.


En esta puerta del Hospital del Rey, de Burgos (siglo XVI), se muestra a un grupo de peregrinos, que aparecen representados con todas las edades: niños, adultos y viejos. Aparece también una mujer y un peregrino forzado, que camina desnudo.

           
Existen varios motivos que impulsan a las gentes a peregrinar. El más puro es la devoción, aunque probablemente también sea el más raro. Por esta razón peregrinaron, quizás, San Francisco de Asís y Santa Isabel de Portugal.
El motivo más corriente para echarse al Camino es el cumplimiento de un voto o promesa. Es muy frecuente en la religiosidad medieval y en la más reciente prometer un sacrificio a Dios o a un santo a cambio de un favor especial. Si, por ejemplo, una persona que sufre una enfermedad le pide a Santiago que lo sane, puede prometerle en contrapartida acudir en peregrinación a su tumba.

Similar a este motivo es el de la expiación de una culpa. Alguien que se siente apesadumbrado por una mala acción, decide marchar a Compostela como penitencia voluntaria.

La peregrinación de enfermos, tan usual ahora en los santuarios marianos, no debió de estar muy generalizada en la Edad Media, pues el atravesar Europa a pie, no era algo que estuviese al alcance de todos los enfermos, aunque sin duda los hubo y entre ellos quizás alguien que lograse la curación. Otros, tal vez lo que hicieron fue propagar su enfermedad.

Con pocos datos documentales, pero con toda certeza se puede hablar también de los que hacían la peregrinación movidos por sentimientos más profanos que devotos, aunque generalmente mezclaran algo de ambos. Estaban los pocos que peregrinaban por curiosidad y los muchos que buscaban en la peregrinación algún beneficio de tipo comercial.

Una costumbre que se generalizó en la Baja Edad Media fue la de la peregrinación testamentaria. Consistía ésta en que el difunto dejaba encargado en su testamento, además de las misas que habrían de decirse por el descanso de su alma, una o más peregrinaciones que tenían que realizarse con el mismo fin. Bonita herencia la que se encontraba el heredero, aunque la peregrinación podía hacerla éste por delegación, esto es, conviniendo un precio con una tercera persona, que realizaría la peregrinación en nombre del difunto. Por supuesto, las indulgencias no se las ganaba el peregrino real, sino el testamentario. He aquí el testamento de Fernán Pérez de Frías, firmado el 13 de abril de 1344:

"E mando que enbien un omme por mi a Santiago e otro a Santa Maria de Ronçasvalles, e otro omme a Sancta Maria de Roquemador. E mando que enbien otro omme a Iherusalem".

            También fue corriente en los siglos medievales la peregrinación delegada en unos pocos por parte de una comunidad. Pueblos o ciudades que se veían afectados por la peste o la sequía enviaban peregrinos, que acudían a Compostela en representación de toda la comunidad.

            Otra modalidad era la peregrinación forzada. Ésta podía ser impuesta como penitencia religiosa y la usó con bastante frecuencia la Inquisición papal en la cruzada contra los cátaros.
            El Liber Sancti Iacobi remonta este tipo de peregrinación a tiempos bastante remotos:

Adán es considerado como el primer peregrino, pues por haber traspasado el precepto de Dios tiene que salir del Paraíso y es lanzado como al destierro de este mundo, y por la sangre de Cristo y por su gracia es salvado. Del mismo modo, el peregrino, alejándose de su domicilio, es enviado a la peregrinación por un sacerdote, en pena de sus pecados, como a un destierro, y por la gracia de Cristo, si se confiesa bien y termina su vida abrazando la penitencia se salva.
Liber Sancti Iacobi, I, XVII.

            Por otro lado estaba la pena civil, que se aplicó en varios estados, como Francia y Alemania, pero, sobre todo, en Flandes, donde aún se contempla. Los delitos que podían valer una peregrinación eran muy variados, desde insultos a un posadero por parte de un borracho, al incendio de unas casas por orden de un noble en el transcurso de una guerra familiar. Algunas veces el castigo iba acompañado de la amputación de una mano, o de la obligación de realizar la peregrinación encadenado y desnudo (en camisa, si se trataba de una mujer), en otras ocasiones la peregrinación podía ser rescatada con el pago de una multa, y así debía de ocurrir en la mayor parte de las ocasiones, pues hay sentencias por las que una persona es condenada a realizar más de treinta peregrinaciones, algo bastante difícil de satisfacer en una sola vida. En algunos casos, si la condenada era una mujer, podía realizar la pena su marido.


            Una última modalidad se da a finales de la Edad Media, a partir del siglo XV. Es la llamada peregrinación caballeresca, que llevaba a peregrinar a miembros de familias nobles con el propósito de conocer regiones y costumbres exóticas, frecuentar cortes extranjeras, lucirse en los torneos y pavonearse ante las doncellas extranjeras. Entre ellos estarían algunos de los que fueron a batirse con Suero de Quiñones en el puente de Hospital de Órbigo y conocido desde entonces como del Paso Honroso.

En el nombre de Dios e de la bienaventurada virgen nuestra Señora e del apóstol Señor Santiago, yo, Suero de Quiñones, cavallero natural vasallo del muy alto e muy poderoso rey de Castilla señor nuestro, e de la casa del magnífico señor Condestable suyo, notifico e fago saber las condiciones de una mi empresa /.../
Todos los cavalleros o gentileshomes a cuya noticia verná el presente fecho, será manifiesto quer yo seré con nueve cavalleros gentileshomes que conmigo serán en la deliberación de la dicha mi prisión e empresa, en el passo cerca de la puente de Órbigo, arredrado del camino cuantía de cinco passos poco más o menos, quinze días antes del apóstol bienaventurado ya dicho, en el que yo estaré fasta quinze días después de la fiesta suya, si antes en el dicho plazo mi rescate non fuere cumplido. El cual es: trezientas lanças rompidas por el asta con fierros fuertes, en arneses de guerra, sin escudo nin tarja, nin más de una dobladura sobre cada pieza.
/.../
            No todo era trigo limpio entre los millares de personas que recorrían el Camino de Santiago. Ya en el siglo XII aparece documentada la existencia de falsos peregrinos. De entre los falsos peregrinos, serían los más numerosos los vagabundos y mendigos, que se echaban al Camino con el único propósito de conseguir limosnas de manera más fácil que en cualquier otro sendero. Pero también estaban los que, vestidos de peregrinos, recorrían el Camino con la intención de estafar a los verdaderos peregrinos con todo tipo de timos y artimañas e incluso los que robaban con violencia y mataban a los que se creían sus compañeros. El Liber Sancti Iacobi, nos cuenta un caso de estos:

"Vi yo en el camino de Santiago a un ahorcado, que antes de que lo colgasen acostumbraba a animar a los peregrinos a la marcha, antes de la aurora, a la salida de cualquier pueblo. Gritaba, según la costumbre peregrinal, con voz muy alta: "Deus, adiuua, Sancte Iacobe". Y cuando algún peregrino salía para marchar con él, iba a su lado un rato, hasta encontrarse con sus compañeros, con los cuales les mataba y robaba".
Liber Sancti Iacobi, I, II.

            Por último, también había entre los falsos peregrinos los que actuaban como espías. Señores feudales mandaban a sus secuaces al camino para que, protegidos por su hábito de peregrino, pudiesen observar las tierras y fortalezas de sus enemigos.
           
Imagen de Santiago peregrino en la colegiata de Santillana del Mar.



La proliferación de los "peregrinos gallofos" llegó a ser problemática en la Edad Moderna, la época de la picaresca, y así lo atestigua el subprior de Roncesvalles, Huarte, hacia 1600:

         "... vagamundos, olgazanes, valdios, inutiles, enemigos del trabajo y del todo viciosos, que ni son para Dios ni para el mundo. Por la mayor parte son castigados y desterrados de sus propias tierras, los quales para encubrir sus malas vidas hechanse a cuestas media sotanilla y una esclabina, un zurrón a un lado, calabaza al otro, bordón en la mano y una socia con titulo fingido de casados y discurren por toda España, donde hallan la gente mas charitativa y por otras partes de la christiandad sin jamas acabar sus peregrinaciones, ni bolver a sus tierras o por haver sido açotados o desterrados dellas, o por ser conocidos por gente vahune. Esta clase se puede acrescentar con otros que andan toda la vida con titulo de captivos, engañando a las gentes con novelas de lo que padescieran en Argel, en Constantinopla, en Marruecos y en otras tierras de Turcos y Moros, fingiendo mil mentiras.
         En la tercera clase se asientan otros peregrinos que por la mayor parte son labradores que bienen de Francia y de otras partes septentrionales. Estos nunca dirán que son de Bearne, sino de tierras christianas de Francia. Suelen venir, no por santo fin, sino tan solamente a sustentarse en España /.../ acabada la sementera, por no gastar en sus casas, o por no tener, emprenden la peregrinación /.../con mugeres e hijos y con familias enteras, como los vemos todos los días en Roncesvalles, y se entretienen en ella hasta el tiempo de la cosecha, y entonces con las blanquillas que an cogido cantando sus coplas y canciones donosas, buelben alegres a sus casas.
         Pueden se agregar /.../ los buhoneros franceses, llamados en comun Merchantes, una gente muy luzida como hortigas entre yerbas, entre christianos son christianos, y entre hereges como ellos /.../ engañan las gentes menores, ignorantes y simples, mayormente por los aldeas vendiendoles cosas falssas e innutiles, y como dicen, gato por liebre. /.../ Muy lindo aparejo para coger la justicia con una esparbelada, un buen montón dellos para gentiles hombres de galeras pespuntadas las espaldas con cada ochenta y veinte pespuntes del pespuntador de Pamplona como algun dia se a hecho. Estos pasan a sus tierras la buena moneda de España, dexando la suya falssa, y falssos los dixes que venden.
         Los de la ultima clase son los más perniciosos por ser hereges, de los quales sin duda suelen pasar muchos principales y plebeyos, los primeros movidos de curiosidad por ver a España y las grandezas de sus reyes; otros por espias, mayormente en tiempos de guerras, con bordones y esclabinas, o con habitos de frayles. Estos no solamente no entran en la yglesia, pero ni se quitan los sombreros, pasando por delante della; y si alguna vez entran, es por curiosidad por ver las antiguallas de Roldan y Olivero, y por no ser notados, hazen las ceremonias de christianos, y se acogen en el ospital y reciben las raciones. De la gente comun heretica pasan  infinitos, como son labradores, cabacequias, paleros, ganaderos y de otros oficios, particularmente guadañeros. Estos por la mayor parte son Berneses; penetran en la Castilla y Aragón, y en acabando de cortar los henos, buelben a sus tierras con el dinero que an ganado, y a la yda y a la buelta, no dexaran de hazer alto en el ospital y recebir sus raciones. Es lastima quanta desta chusma heretica anda por España vestida y disfrazada con pieles de ovejas siendo lovatones contra la religion christiana. Dios lo remedie.
         Con estas gentes la santa peregrinacion antigua en estos tiempos esta deslustrada, convertidos los buenos propositos en malos, la devocion en risa, y las virtudes haviendo succedido estas gentallas y chusma viciosas y vahunas, valdias y hereticas, a aquellos santos peregrinos antiguos. Los caminos romeages y los santos hospitales y píos lugares que havia en ellos, para acoger y regalar a los buenos, sirven agora, como dize el Evangelio, de cuebas de ladrones."

            Como se ve, ya en el siglo XVII no se acogía tan bien a los inmigrantes franceses como en los primeros siglos de la peregrinación. Las referencias del subprior a los herejes también hacen pensar en que quizás aquel poema latino del siglo XIII, que canta las alabanzas de este hospital de Roncesvalles, no fuese sino una mera declaración de buenas intenciones, que nunca se llegó a poner en práctica:

La puerta abre a todos, enfermos y sanos,
así a los católicos como a los paganos,
judíos, herejes, ociosos y vanos,
y a todos recibe como a sus hermanos.
Anónimo: La Preciosa.
           
            Será tal la cantidad de falsos peregrinos deambulando por los caminos, que los reyes optarán por reglamentar la peregrinación, ordenando que los peregrinos puedan acreditarse. Así lo dice un edicto de Luis XIV de Francia. Tras un preámbulo en el que habla de gentes que abandonan a sus mujeres y sus hijos para echarse a los caminos e incluso que se casan en el extranjero, teniendo en Francia mujer legítima, decreta:

         "Tous ceux qui voudront aller en pélérinage a Saint-Jacques, en Galice, Nostre Dame de Lorette, et autres lieux saints hors de Nostre Royaume, seront tenus se presenter devant leur Evesque diocésain pour estre par luy examinés sur les motifs de voyage et de prendre de luy une attestation par écrit, outre laquelle ils retireront du Lieutenant Géneral ou Substitut du Procureur général du Baillage, ou Sénéschaussée dans lesquels ils feront leur demeure, ensemble des Maires et Echevins, Jurats, Consuls et Syndics des Comunautés, des certificats contenant leur nom, âge, qualité, vocation, et s'ils estoient meriées et apprentis, sans consentement de leur pères..."
             
Para los que infrinjan esta ley, se prevén penas que pueden llegar hasta la de galeras a perpetuidad.


Peregrino gallofo pidiendo limosna a la puerta de una iglesia en Estella.
 
Gallofo es una palabra que  ha pasado a mejor vida, aunque el diccionario de la RAE la sigue recogiendo para decirnos que tal es holgazán y vagabundo que anda pidiendo limosna. Existe también el verbo gallofear, que se define como pedir limosna, viviendo vaga y ociosamente, sin aplicarse a trabajo ni ejercicio alguno. El origen de ambas palabras está en otro sustantivo, gallofa, que era la comida que se daba a los pobres que venían de Francia a Santiago de Compostela, en Galicia, pidiendo limosna.









El hábito de peregrino.

            Cuando comenzaron las peregrinaciones a Compostela no existía ninguna indumentaria determinada para los peregrinos, sino que simplemente solían llevar aquellas ropas que resultaban más cómodas para el viaje, lo cual incluía un calzado cómodo y fuerte; una túnica larga, que quitara el frío, pero no tanto que entorpeciera el paso; una esclavina - o pelerina, como pasó a llamarse también en castellano -, que es una especie de toquilla, que abriga el pecho, hombros y espalda y que muchas veces iba reforzada con cuero para resistir mejor los embates de la lluvia y el viento; por último, un sombrero de ala ancha, generalmente redondo, que protegiese del agua y del sol.




Vitrina con esclavina, sombrero, esportilla, bordón, calabazas y conchas. Santiago de Compostela. Museo de las Peregrinaciones.

            Además de este atuendo, el peregrino viajaba siempre con tres elementos que lo diferenciaban: el bordón, la esportilla y la calabaza.








 Imagen de Santiago peregrino, que nos sirve para ilustrar el atuendo del peregrino tradicional:
1.- Bordón
2.- Calabaza
3.- Sombrero
4.- Esclavina
5.- Esportilla




















 

El bordón:


            Burdo, burdonis es el nombre que se daba al mulo, y, no sin cierto sentido del humor, pasó a designar al bastón que utilizaba el peregrino pobre, desprovisto de caballería. El bordón, "mon compagnon", según reza una canción de peregrinos francesa, es indispensable para la marcha, para ayudarse en los pasos difíciles y para defenderse de perros y lobos. Los hay de muy diferente tipología. En cuanto al tamaño, hay gran variedad, pero por lo general se preferían los que sobrepasaban la altura del hombro y aun de la cabeza. Podían ser simples palos sin labrar, tener una forma doblada en la parte superior o rematados en forma de cruz, pero el tipo más corriente, al menos representado en el arte, era el que acababa en un pomo redondo, a veces doble y que estaba provisto de un pincho metálico en la parte inferior y un gancho en la superior.
 


En la imagen de la derecha se aprecia un bordón rescatado de la tumba de un peregrino, en  Saint Just de Vacabrère, que viene a aventurar que quizá los bordones no fuesen tan elegantes como representa el arte.






 Puede que los encuentros con osos no fueran demasiado frecuentes, pero, en cualquier caso, los bosques y montañas de la Europa medieval estaban repletos de fieras y alimañas peligrosas.






 En la actualidad, los peregrinos suelen usar bastones de trekking, en vez de bordón. Desconozco si se fabrican bastones de pilgriming.








 La esportilla:

            Es una bolsa de cuero, las más apreciadas de piel de ciervo, según nos dice el Liber Sancti Iacobi, que se vendían junto a la puerta septentrional de la catedral compostelana. Tanto materiales como formas fueron también muy variadas, pero solían ser de piel y con forma trapezoidal, más anchas por abajo que por arriba. En ella llevaba el peregrino las limosnas que las gentes le diesen por el camino.


La calabaza:


            Servía de cantimplora. En ella llevaba agua el peregrino, o más frecuentemente vino, no por vicio, sino porque en la Edad Media, además de refrescante, se consideraba alimenticio y medicinal. Además el vino, por malo que fuera, era siempre potable, cosa que no ocurría con el agua. En algunos hospitales obsequiaban a los peregrinos con raciones extras de vino, que transportaban en estos recipientes. Presentan el inconveniente de que son muy frágiles, especialmente si están llenas, por lo que resulta fácil creer que los peregrinos, además de la calabaza, que constituía parte del hábito, llevarían botas de cuero para transportar el líquido. En el arte suele representarse la calabaza colgada del bordón, pero, cualquiera que haya probado a manejarse con un bordón cargado con una calabaza llena, habrá podido comprobar lo incómodo que resulta, por lo que resulta más fácil creer que la llevarían colgada del brazo o en bandolera, "de yuso del sobaco", como dice el arcipreste de Hita.




Botas de vino en el escaparate de una calle de Logroño, en el Camino de Santiago.











La concha venera:

            Era el emblema del peregrino jacobeo, su insignia más preciada y la llevaba prendida de cualquier lado o en todos ellos: sombrero, esclavina, esportilla, bordón, etc. Le dedicamos un capítulo aparte.


El Arcipreste de Hita, en el siglo XIV, nos hace una buena descripción del hábito peregrino:

El  viernes de indulgencias vistió nueva esclavina;
grande sonbrero rredondo, con mucha concha marina;
bordón lleno de imágenes, en él la palma fina;
esportilla e cuentas para rrezar aína;

Los çapatos rredondos e bien sobre solados;
echó un grand dobler entre los sus costados;
gallofas e bodigos lieva ý condesados;
destas cosas romeros andan aparejados.

De yuso del sobaco va la mejor alfaja:
calabaça bermeja más que pico de graja;
bien cabe su azumbre e más una meaja;
non andan los rromeros sin aquesta sofraja.

Juan Ruiz, Arcipreste de Hita: Libro de Buen Amor. Estrofas 1205-1207.


            Al citar la calabaza como la mejor alhaja, el Arcipreste hace referencia sin duda al vino que guarda en su interior. También las canciones de peregrinos francesas hablan de calabazas y tabernas:

Ma callebasse, ma compagne,
Mon Bourdon, mon compagnon,
La Taverne m'y gouverne
L'Hòpital c'est ma maison.

"Quand nous partîmes de France". Del libro Les chansons des pélerins de Saint-Jacques. Citado por Pedro Echevarría Bravo: Cancionero de los peregrinos de Santiago. p. 43.

Des choses nècessaires
il faut être garni,
a l'exemple des Peres
n'être pas défourni
de Bourdon, de Mallette,
aussi d'un grand chapeàu,
et contre la tempête
avoit ten bon manteau.
"Chanson du devoir des pélerins".
Citado por Pedro Echevarría Bravo:
Cancionero de los peregrinos de Santiago. p. 31.

                        La utilización del hábito dio, según parece ocasión a muchos, para vivir del cuento del peregrino, como ya hemos visto. En 1590 Felipe II dio una pragmática, que parece no llegó nunca a cumplirse a rajatabla, y que prohibía la utilización del hábito de peregrino:


            "Por quanto por esperiencia se ha visto y entendido que muchos hombres, assi naturales destos Reynos, como de fuera dellos, andan vagando sin querer trabajar, ni ocuparse de manera que puedan remediar su necesidad, siruiendo o haziendo otros oficios y exercicios necessarios en la República, con que se puedan sustentar, y andan hurtando, robando y haziendo otros delitos y excessos, en gran daño de nuestros súbditos y naturales: y para poder hazer con mas libertad lo suso dicho, fingen que van en romeria a algunas casas de deuocion diziendo auerlo prometido, y se visten, y se ponen abitos de romeros y peregrinos, de esclauinas y sacos de sayal, y otros paños de diuersos colores, y sombreros grandes con insinias  bordones, por manera que con esto engañan a las justicias: las quales viendolos con semejantes abitos, los dexan passar libremente creyendo son verdaderamente romeros y peregrinos. Y porque al seruicio de Dios nuestro señor y mio, y bien y beneficio destos Reynos conuiene poner remedio en lo suso dicho, para que cessen los inconuenientes y daños que se han seguido, y podrian seguir sino se remediasse visto y platicado sobre ello en nuestro Consejo, y con nos consultado, fue acordado, que deuiamos mandar dar esta nuestra carta: la qual queremos que aya fuerça y vigor de ley y prematica sancion hecha y promulgada en Cortes.
         Por la qual ordenamos, mandamos y prohibimos, que de aquí adelante ninguna pesona destos nuestros Reynos, de qualquier calidad que sea, no pueda traer el dicho abito de romero, ni peregrino, aunque sea con ocasión y para efeto verdadero de yr a alguna romeria destos nuestros Reynos y fuera dellos: sino que qualquier persona que quisiere yr  a alguna romeria vaya en el abito ordinario que tuuiere y suele y acostumbra lleuar por los que andan de camino."
           
 
Otras insignias:
            Además de esto, los peregrinos llevaban con mucha frecuencia medallas y otras insignias, como los bordoncillos, que se solían representar cruzados y que se cosían también en sombrero y esclavina. La figa, un amuleto contra el mal de ojo muy popular en Galicia y que vendían los azabacheros compostelanos, se convirtió también en uno de los preferidos por los peregrinos, especialmente a partir del siglo XV.

 
Anverso y reverso de una medalla compostelana conmemorativa del Año Jacobeo de 1943. Museo de Cantobruno.

En el anverso aparece la imagen del altar mayor de la catedral; en el reverso la cruz espada de Santiago.








El calzado


Resulta curioso en los peregrinos actuales que aprecian los zapatos sobre todos sus demás bienes y, sin embargo, cuando están en el camino no ven la hora de despojarse de ellos.
  En la Edad Media los zapatos se hacían a medida y aunque las gentes de aquellos tiempos estaban más acostumbrados que nosotros a usar los pies, no lo estaban tanto a tener que recorrer de cuatro a cinco leguas diarias. 
En la actualidad, la oferta es amplia y variada, pero si de lo que se trata es de hacer kilómetros yo recomiendo los de caucho y aluminio, aunque su utilización en las peregrinaciones esté prohibido por la Iglesia.



La vieira o concha venera

            Los españoles solemos referirnos con el nombre de vieira a la concha que lucen los peregrinos en sus hábitos, aunque en realidad esta es la palabra gallega para designar a la venera. En castellano y, según el diccionario de la RAE, la palabra vieira sólo designa el bicho, es decir el molusco comestible que habita en el interior de la concha.
            Venera, como venéreas (esas enfermedades que surgen por el amor o el exceso de amores), son palabras derivadas de Venus.



            Venus, por lo tanto, nació de una concha, símbolo de los órganos genitales femeninos seguramente ya en tiempos anteriores a la propia Venus.
            Las veneras abundan en el litoral gallego y probablemente ya se consumía su carne en los primeros tiempos de la peregrinación. Esto trajo consigo que los peregrinos las comprasen en la propia Compostela y que muy pronto se convirtiese en el "souvenir" por excelencia de la peregrinación. La mejor manera de mostrar este sencillo tesoro sería coserlo a las ropas y exhibirlo así como una joya exótica, lo que provocaría en poco tiempo que las gentes que llevaban la concha en sus atuendos fueran identificadas como peregrinos jacobeos.
            Hay unos mariscos en el mar próximo a Santiago, a los que el vulgo llama vieiras, que tienen dos corazas, una por cada lado, entre las cuales, como entre dos tejuelas, se oculta un molusco parecido a una ostra. Tales conchas están labradas como los dedos de la mano y las llaman los provenzales nidulas y los franceses crusillas, y al regresar los peregrinos del santuario de Santiago las prenden en las capas para gloria del Apóstol, y en recuerdo de él y señal de tan largo viaje, las traen a su morada con gran regocijo.
Liber Sancti Iacobi, I, XVII.

            Convertida ya en el emblema de los peregrinos, el comercio de las conchas en Santiago se multiplicó, vendiéndose no sólo las naturales, sino también otras hechas en estaño y plomo. Debía de ser este un negocio tan próspero, que en el año 1200 el arzobispo compostelano decidió sacar tajada, intentando hacerse con el monopolio de la venta de estas insignias. A pesar de todo, el gremio de concheiros llegó a tener tal fuerza que, treinta años después, ya no acata sumisamente las órdenes del arzobispo, sino que negocia con él las condiciones del mercadeo. Prueba de la pujanza del negocio son también las prohibiciones que mercaderes y arzobispos consiguen del papa para que se fabriquen o vendan conchas fuera de Compostela, aunque en un mundo sin copyright ni SGAE, estas medidas debieron de causar poco efecto, ya que sabemos que en lugares tan alejados como parís hubo taller de manufactura de coquilles de Saint-Jacques.
            Como en la Edad Media existía la costumbre de crear leyendas para todo, pocos se conformaron con la explicación de que la vieira era un producto típico gallego, y pronto surgió la historia de que un príncipe que cabalgaba por la costa a lomos de un caballo desbocado, cayó al mar, de donde lo rescató el apóstol Santiago, sacándolo del fondo cubierto de conchas. Otras versiones de la leyenda dicen que esto ocurrió en Galicia, cuando la barca que traía al apóstol desde Jerusalén ya estaba a punto de atracar y que fueron los discípulos de Santiago quienes salvaron al magnate, a quien aprovecharon para bautizar con una de las conchas que se le había adherido en el fondo de la ría.
            Las conchas y la intercesión de Santiago obraron muchos más milagros a lo largo de los siglos, como el que se cuenta en el Liber Sancti Iacobi:

            Corriendo el año mil ciento seis de la encarnación del Señor, a cierto caballero en tierras de Apulia se le hinchó la garganta como un odre lleno de aire. Y como no hallase en ningún médico remedio que le sanase, confiado en Santiago apóstol dijo que si pudiese hallar alguna conccha de las que suelen llevar consigo los peregrinos que regresan de Santiago y tocase con ella su garganta enferma, tendría remedio inmediato. Y habiéndola encontrado en casa de cierto peregrino vecino suyo, tocó su garganta y sanó, y marchó luego al sepulcro del Apóstol en Galicia.
Liber Sancti Iacobi, II, XII.

            El libro III del Liber Sancti Iacobi finaliza con un corto capítulo dedicado a las "caracolas de Santiago":

            Se cuenta que siempre que la melodía de la caracola de Santiago, que suelen llevar consigo los peregrinos, resuena en los oídos de las gentes, se aumenta en ellos la devoción de la fe, se rechazan lejos todas las insidias del enemigo; el fragor de las granizadas, la agitación de las borrascas, el ímpetu de las tempestades se suavizan en truenos de fiesta; los soplos de los vientos se contienen saludable y moderadamente; las fuerzas del aire se abaten.
Liber Sancti Iacobi, III, IV.



 

 Se dice que los antiguos peregrinos utilizaban la concha para pedir limosna, como escudilla para comer y beber e incluso como cuchillo para cortar queso y tocino. Sean o no ciertos estos usos, la verdad es que la concha venera se ha mantenido desde la Edad Media como el principal símbolo de los peregrinos a Compostela, quienes siguen portándola en mochilas y todo tipo de prendas. Se halla también pintada, grabada, fundida o esculpida a lo largo de todo el Camino de Santiago y sus recolectores y fabricantes continúan haciendo negocio.


En la última pasarela de Cluny el diseñador Aymeric Picaud ha presentado su última colección para la temporada de otoño, en la que destacan las líneas sobrias así como 
una creativa falta de imaginación. 
Túnica parda de lana de oveja churra, capa del mismo color con esclavina en la que luce bordada la cruz de Santiago en vivo color bermejo. El modelo se cubre con sombrero de ala ancha cosida a la copa en la parte delantera, donde ostenta una venra natural.
Esportilla de piel de rata con venera y bordón de pino sin desbastar en forma de cruz, del que pende una calabaza en su color natural.
Completan la colección unas bragas moteadas de zurraspas y calcetines con transparencias en punteras y talones.




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